domingo, 22 de febrero de 2009

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Distancia, distancia entre dos puntos, entre dos cuerpos; en definición la diferencia o relación de lejanía entre dos objetivos. La distancia es más, es más que solo una diferencia espacial; es una ilusión que creamos que nos imposibilita de estar física/psicológicamente en contacto con algo, vuelve de el objeto distante una necesidad que se vuelve inadmisible, una necesidad involuntaria al no estar, una manifestación de falta en relación a lo deseado.
Me pregunto innumerables veces porque al aumentar el trecho entre alguien, hay una invasión de ganas de volver, de retroceder como si el antes fuera mejor. Qué es lo que hace de esta magnitud una reacción que pareciera hacer efecto derechamente en alguna una insuficiencia afectiva, como si de la nada surgiera este revoltijo de mensajes inacabados, pendientes, inconclusos; y aparentemente comenzaran a ahogar la consciencia no dejando descansar la mente. No nos podemos quedar con el mensaje, no estamos hechos para eso.
Aun así, la distancia no es solo una privación. La distancia trae consigo cuantiosos y placenteros consecuentes. Si en efecto parece paradójico, la respuesta a la espera también puede sacar lo mejor de ambos polos. La espera vuelve expectante el encuentro, te recuerda lo substancial de algo, lo invaluable que es esa parte en un todo… un vislumbre en lo mucho que podemos extrañar y lo poco preparados y dispuestos estamos en hacer de un lejos un final.

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